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Alfabeto

R ya no es una letra. Hoy, debido a que el mundo está luchando contra una pandemia con tintes bíblicos, R es un número. Hace cuatro meses, sólo los epidemiólogos hablaban de R para referirse al “número de reproducción efectivo”, es decir, cómo una persona puede transmitir el virus a otras, y, al medir esta cifra exponencial, la rapidez con que crecería la tasa de contagio en un territorio. Explicar R en términos muy sencillos también convirtió a la canciller alemana, Angela Merkel, en una celebridad en las redes sociales.


R ya no es una letra. Hoy, debido a que el mundo está luchando contra una pandemia con tintes bíblicos, R es un número. Hace cuatro meses, sólo los epidemiólogos hablaban de R para referirse al “número de reproducción efectivo”, es decir, cómo una persona puede transmitir el virus a otras, y, al medir esta cifra exponencial, la rapidez con que crecería la tasa de contagio en un territorio. Explicar R en términos muy sencillos también convirtió a la canciller alemana, Angela Merkel, en una celebridad en las redes sociales.

Esta ingeniera química —en marcado contraste con sus colegas y predecesores, que en su mayoría eran juristas— explicó qué representaba una R de 1 para un país de 83,4 millones de personas, y lo que un ligero aumento de R —a 1,2 o 1,3— podía infligir a una población de ese tamaño debido a su velocidad exponencial. El ritmo al que crece R no es lineal, es decir: no aumenta por un factor de 1, sino que se multiplica a sí misma. He utilizado esta fórmula para explicarle al público cómo internet, una fuerza digital de transformación y disrupción, fue casi imperceptible hasta 2011 y cómo, desde entonces, la tormenta perfecta creció a unos niveles exponenciales cuyos efectos no se pueden soslayar. Marc Andreseen lo llamó el dilema “del software que se está comiendo el mundo”, y con ello quiso decir que cualquier empresa que le diera la espalda a la digitalización se quedaría atrás en su capacidad de contribuir al progreso y sobrevivir. Hoy R es una letra que sitúa a los países en un dilema mortal entre permitir el reinicio de la economía o la incapacidad de contener la propagación de una enfermedad mortal. R es lo que todo ministro de Sanidad del mundo está valorando al decidir si las personas tendrán el suficiente sentido común de mantener la distancia social y unos estrictos protocolos de higiene en todo momento, o si la tentación de volver a una vida que desapareció hace tiempo —con sus apretones de manos, sus abrazos y sus besos y sus apretujones en los trenes— podrían situar R en unos funestos niveles que supondrían la autodestrucción. Muerte por socialización. Muerte por densidad demográfica. Qué apocalíptico.


Hoy R es una letra que sitúa a los países en un dilema mortal entre permitir el reinicio de la economía o la incapacidad de contener la propagación de una enfermedad mortal.


La R no es la única que ha visto alterado su significado en la conciencia popular. Z significa videollamada de Zoom, o zumba, el nuevo frenesí cardiovascular que se ha apoderado de los salones de estar de todo el planeta; D significa desinfectante, y las cinco ya no es la hora de pasarse por el bar antes de coger el tren de vuelta a casa, sino la del boletín diario que el gobierno británico envía para informar sobre R. Ayer, por primera vez, el primer ministro habló sobre R y mi móvil se fundió con los mensajes de texto de amigos y familiares que me preguntaban qué tipo de esotéricas matemáticas nos estaban vendiendo desde el púlpito de Westminster. Vivimos unos tiempos de alquimia alfabética, donde las letras son números, los números son imágenes y V ya no es el gesto que hizo famoso a Churchill, sino el concepto de un virus como ningún otro, un patógeno zombi que está muerto, pero que busca activamente la reencarnación en una célula huésped dentro de tu cuerpo. 


 

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la lucha contra este virus se librará en las trincheras, es decir, dentro de los confines de nuestras propias vidas, hasta que una empresa farmacéutica pruebe con éxito un tratamiento contra el SARS-Cov2

Antes de que V significara vacuna —que costará años lograr—, habrá adoptado una insólita posición privilegiada en nuestras vidas. Cuanto antes comprendamos con qué tipo de virus estamos lidiando, antes podrá determinar la población a qué enemigo mortal nos estamos enfrentando. Tenemos que saber qué es esta V, porque la lucha contra este virus se librará en las trincheras, es decir, dentro de los confines de nuestras propias vidas, hasta que una empresa farmacéutica pruebe con éxito un tratamiento contra el SARS-Cov2. Comprar y utilizar la protección adecuada nos evitará daños y cambiará radicalmente nuestra vida cotidiana. Haz como si tu vida dependiera de ello, en vez de esperar a que tu gobierno te diga qué hacer. Los gobiernos llegan tarde y desorganizados. En el mundo de la IA y los círculos académicos donde vivo, sabemos de la existencia de la covid-19 desde el 31 de diciembre de 2019. BlueDot, una startup canadiense que saltó al estrellato cuando predijo correctamente que el virus de Zika se propagaría a Florida (Estados Unidos), informó a todos los organismos del gobierno e instituciones académicas de lo que habían detectado, contrastado e identificado correctamente como una inusual propagación de neumonía en los alrededores de un mercado callejero de Wuhan (China). La primera muerte se produjo unos días después, el 9 de enero de 2020, y el 15 de enero ya se había confirmado la transmisión de persona a persona. La OMS tardó un mes entero en redactar un comunicado de prensa y declarar el brote de coronavirus una “emergencia sanitaria de preocupación internacional” (PHEIC, por sus siglas en inglés). Los gobiernos son lentos porque la estructura de su liderazgo se basa en los modelos del siglo XIX y la mentalidad y la actitud que imperaron tras la Segunda Guerra Mundial. El siglo XXI requiere agilidad de reacción, porque el ADN de este siglo es digital, emprendedor e íntimamente interconectado. Lo que sucede en China, o Las Vegas, ya no se queda allí, sino que se propaga por todo el planeta a una velocidad supersónica.

La IA, esas dos letras que tanto me han interesado en los últimos cinco años, sí detectaron la pandemia, y no sólo porque se ocupa de analizar a diario su propagación, sino también porque está presente en muchos proyectos de desarrollo de tratamientos farmacológicos, en los que detecta modos de frenar la difusión de noticias falsas sobre el virus que pudieran inducir a las personas a adoptar conductas peligrosas para ellos y para los demás y ayuda a crear kits de prueba basados en la secuenciación del código genético del virus.  Tal vez, a partir de ahora, la IA signifique por fin una “fuerza para el bien”, como ha sido siempre mi esfuerzo y el de otras personas en el mayor beneficio de todos los afectados. #nombresnonumeros