Como seres emocionalmente inteligentes, llevamos siglos reflexionando sobre los orígenes de nuestro mundo: desde la existencia de un creador de todo lo que hay al significado de la propia vida. Nosotros, seres neotécnicos, motivados por una potente mezcla de inquieta curiosidad e inteligencia versátil, hemos construido nuestra civilización a partir de la cantera de la «revelación de lo desconocido» como forma de generar progreso científico, una conciencia de nuestra finalidad en el universo y el humilde reconocimiento de que, en el fondo, «sabemos que no sabemos nada», como concluyó Sócrates. Esto es lo que nos hace seguir avanzando como exploradores científicos, filósofos, emprendedores empresariales, activistas sociales, padres y madres, artistas y trabajadores creativos.
Yo tenía poco más de veinte años, y estaba aprendiendo, pero era curiosa e inquieta. Y me encantaba descifrar anomalías.
El aprendizaje de la máquina puede revelar «desconocidos desconocidos» a través de algoritmos matemáticos que probamos y ejecutamos sobre la base de nuestras propias suposiciones y conjeturas hipotéticas. A veces, los resultados extraños y descabellados que surgen inesperadamente nos obligan a aplicar la ingeniería inversa a nuestras suposiciones para comprender las realidades que exhiben. En este sentido, la experiencia que atesoro con más cariño es de 2016, cuando trabajaba en Río de Janeiro en un proyecto de análisis de datos. A modo de desafío fuera de pista, acepté el reto que un director de marketing de Nespresso Brasil nos puso sobre la mesa: revelar por qué los brasileños no estaban comprando sus cápsulas aromatizadas de magia cafeínica a los niveles que pronosticaban para un mercado en el que llevaban operando diez años. Cuando salieron los primeros resultados, confirmamos lo que ya se podía deducir de sus cifras de ventas: los brasileños odiaban las ediciones limitadas. ¿Por qué? Y aquí es donde se reveló la madre de todos los desconocidos desconocidos de los FMCG: porque el concepto de la felicidad en la psique brasileña es radicalmente distinto a como lo entendemos en el hemisferio norte. Los brasileños perciben la felicidad como el estado natural de todo ser humano. Nacemos felices, y en realidad nadie ni nada nos hará serlo, porque ese sentimiento está en nuestro ADN y no proviene de estímulos externos. Por lo tanto, limitar el disfrute de algo no sólo es cruel, sino una pérdida de tiempo, puesto que ya somos felices. En cambio, los norteños creemos que la felicidad es algo que debemos alcanzar, ganar, atraer como objeto, y que son las personas y las cosas las que nos hacen felices. De modo que cinco minutos de algo es al menos un breve instante de gozo en nuestra mísera existencia. Dejaré para otro momento cómo acabamos pensando así, pero comprender al fin algo tan profundamente cultural se convirtió en un desconocido desconocido que nos ayudó a diseñar estrategias para posicionar cualquier producto en Brasil a partir de entonces. Siempre les digo a mis equipos de datos que la verdad está ahí fuera y que tenemos que revelarla, y que nada existe sin una finalidad, significado o consecuencia. Lo que revela los datos no es gratuito, si los algoritmos no están sesgados y acaban sobreajustándose, es decir, presentándose como información que es un completo sinsentido.
La ola de cambios éticos ha llegado a las costas de la única ciencia que se ocupa de las criaturas vivas que no son los humanos, y todo gracias a las máquinas inteligentes.
La búsqueda de los desconocidos desconocidos ha motivado mi carrera desde que me crucé con los datos en la planta de operaciones de Goldman, Sachs & Co. en mi programa de formación en 1994-1995. Yo iba de mesa en mesa en la planta de Valores y acabé en la mesa de operaciones del mercado secundario de mercados emergentes. Brasil, comparada con el resto de las plazas latinoamericanas, parecía un completo carnaval de conjeturas cada lunes por la mañana. Se descartaban acciones perfectamente sólidas frente a los fundamentales, y luego se recompraban el martes, o al final de las compraventas. Pregunté por qué. Me dijeron que era lo normal en un mercado loco en un país caótico, y la forma de acostumbrarse a un índice que se tomaba una hora de descanso para almorzar (sí, era como lo estoy contando: en los gráficos de compraventas de Bloomberg aparecía una línea vertical que interrumpía las operaciones durante una hora cada día). Tenía la firme convicción de que algo raro pasaba. Traté de obtener datos, información, suposiciones y conversaciones con los operadores de piso de Bovespa. Descubrí mi desconocido desconocido: las compraventas del lunes por la mañana se veían directamente afectadas por los resultados de la liga de fútbol brasileña. Si alguno de los cinco equipos de São Paulo (¡y ahora son siete!) perdían sus partidos de fin de semana en las series A, B o C, los operadores reaccionaban como perros de Pavlov: eufóricos, y compraban como si fuese el Black Friday, o apáticos, y se deshacían de las acciones como si no tuviesen valor. Yo tenía poco más de veinte años, y estaba aprendiendo, pero era curiosa e inquieta. Y me encantaba descifrar anomalías. Lee Vance, el socio responsable de los Derivados, vino a la mesa para conocerme. No supe explicar cómo lo había hecho. Me dijo que siguiera trabajando así. Y lo hice. Y no he parado hasta hoy.
El 25 de febrero, en Londres, pronuncié el discurso de apertura para Kisaco Research en su Cumbre Europea de Salud Veterinaria. Hablé sobre la IA en la atención veterinaria y me referí al «desconocido desconocido» más innovador del sector: cómo saber cuando los animales sufren un dolor crónico; no un dolor repentino, en plan: “¡Que me has pisado la cola!”, sino un dolor intenso y constante. Los animales no tienen expresiones faciales, ¿verdad? Pues la respuesta es que sí. No a nuestros ojos, que son fáciles de engañar, ojos que envejecen y que los magos engañan con sus maravillosos trucos, sino a los ojos de las máquinas inteligentes. El diagnóstico de imágenes basadas en la inteligencia artificial, que en el mundo de la medicina lleva desarrollándose una década, ha hecho su incursión al fin en la veterinaria. La razón por la que esto está innovando ahora es que, por primera vez, se analiza el dolor de los animales con unas mejores herramientas, y que la atención y la prevención de las enfermedades de los animales se abordan a través de algoritmos y redes neuronales. La ola de cambios éticos ha llegado a las costas de la única ciencia que se ocupa de las criaturas vivas que no son los humanos, y todo gracias a las máquinas inteligentes. Los desconocidos revelados han dado lugar a una nueva atención veterinaria de la que se están beneficiando los propios veterinarios, los agricultores, los dueños de mascotas y, por supuesto, los animales.
Sócrates y sus paradojas —porque sus enunciados parecían desafiar el sentido común de su época— parecen estar ganando terreno ahora, unos veintidós siglos después. La ética y la tecnología se alinean para crear nuestro futuro: a eso se refería él cuando decía que la “virtud” (pensamiento, sentido, juicio, sabiduría práctica, prudencia) ayudaba al “conocimiento”, nuestro deseo de revelar la verdad, que es lo que los científicos perseguimos para el mayor beneficio de todos los afectados.
En esta década, la revelación de los desconocidos desconocidos no sólo innovará sectores, transformará geopolíticas y será la espita de la nueva riqueza económica, sino que elevará nuestro deseo de construir una sociedad más justa y atenta, más integral, diversa e inclusiva, y este es un nuevo signo de los tiempos, que surge de las cenizas de las mentalidades del siglo XX y de los modelos de negocio del siglo XIX, a los que deberíamos dejar que se estrellen y ardan. #IAdesconocidosdesconocidos